sábado, 10 de julio de 2010

Tecno-pesimistas y Tecno-optimistas













 





En cierta ocasión, un escritor muy conocido que suele aparecer en televisión con cierta frecuencia, tuvo que someterse a una operación quirúrgica para solventar una grave afección del corazón. Durante el tiempo que duró su hospitalización le conectaron a una máquina que registraba sus variables cardiacas y las mostraba en una pantalla. Después de recibir el alta, nuestro escritor se compró una máquina idéntica a la del hospital y se la llevó a su casa. Unos meses más tarde apareció en un programa de televisión afirmando que esta máquina le había salvado la vida porque le permitía monitorizar sus variables cardiacas y variarlas a su antojo mediante la meditación, el recitado de mantras budistas y la respiración abdominal...

Por supuesto no hizo referencia alguna al tratamiento recibido en el hospital, a la medicación que tomaba o a la válvula de látex que se le había implantado en el corazón. Me pregunto que habría pensado el cirujano que realizó la intervención en el caso de haber visto el programa televisivo. Creo que después del lógico sentimiento de indignación, lo primero que se le habría pasado por la cabeza probablemente habría sido que nuestro escritor no había entendido absolutamente nada. La vida se la había salvado la cirugía, la medicina, la ciencia en definitiva. En realidad la máquina en cuestión no era más importante que un termómetro. Lo cierto es que este escritor, que suele alardear de poseer una gran cultura humanística, también acostumbra a dar muestras de carecer de la formación científica más básica. En principio cabría pensar que es éste el motivo por el que se llevó la máquina a su casa. Simplemente porque su total desconocimiento sobre la disciplina médica hizo que no comprendiese el fundamento científico de su recuperación y esto le llevase a equivocase a la hora de identificar la máquina como el factor más importante en la misma, en lugar de entender que es la ciencia que hay detrás de su tratamiento la que hizo posible que su corazón trabajase de nuevo sin problema.
Sin embargo sospecho que la razón de que hiciese algo así no es tan evidente. Cuesta mucho creer que una persona tan inteligente no sea capaz de comprender algo tan simple. Más bien pienso que el hecho de aparecer en un programa de televisión con la dichosa maquinita fue una muestra de activismo anticientífico premeditado. Él, escritor afamado, poseedor de una de las bibliotecas privadas más grandes del mundo, orientalista, místico… ¿Salvado por una válvula de látex? No podía permitir algo así sucediese. De haberlo hecho, ¿En qué situación habría dejado al gremio de los humanistas?
Por otro lado seguramente existió una motivación de índole puramente personal: todos tememos lo que desconocemos. He aquí el origen de su tecnofobia. Por esta razón se llevó a su casa la máquina para derrotar a lo que ésta simbolizaba: el miedo a la ciencia que no comprendía, el miedo a lo desconocido. Quiso tener cerca a su enemigo, eso si, en una versión mucho más asequible que la que podría suponer intentar refutar un tratado de cardiología. Por ello escogió como enemigo el que a su juicio era el elemento más vulnerable de todo el entramado científico-tecnológico que había intervenido en su curación. Al observar cómo podía cambiar los registros del monitor dio por consumada su victoria y se apresuró a darla a conocer a todo el mundo a través de la televisión. Admitir que la ciencia le había salvado la vida sería como admitir que, a pesar de su cultura, no dejaba de ser un analfabeto científico. La otra opción era estudiar medicina, pero a sus setenta y cuatro años esto era algo demasiado peligroso para su integridad emocional ¿Qué ocurriría si la muerte le sorprende estudiando ciencias naturales de primero de bachillerato? ¡Tantos libros escritos para nada!, menuda reencarnación le esperaría, se diría a si mismo de acuerdo con sus creencias. Quizás por eso decidió atrincherarse en sus convicciones, simplemente por una cuestión de autoestima.



El otro extremo de este ejemplo lo representan los tecnófilos radicales. Consideran a la ciencia y la tecnología como las únicas vías posibles para lograr la salvación de la humanidad. Para ellos supone una pérdida de tiempo analizar los aspectos éticos y sociales del proceso científico y se oponen a valorar las consecuencias negativas que puede suponer la mala aplicación de determinadas tecnologías. Cuando realicé los cursos de doctorado tuve la oportunidad de asistir a una conferencia impartida por un investigador dedicado a la biotecnología vegetal. Su trabajo consistía en la obtención de nuevas variedades de eucalipto resistentes al frío, lo que en el futuro permitiría crear en Asturias nuevas plantaciones de eucalipto destinadas a la explotación maderera en cotas superiores a los quinientos metros de altitud. Durante la exposición de su trabajo el ponente tuvo que enfrentarse a muchas críticas por parte del público asistente. Estas consistían en objeciones de tipo ético basadas en que el eucalipto es una especie alóctona de crecimiento rápido que empobrece el suelo y cuyo cultivo ocupa ya grandes extensiones de terreno en zonas de poca altitud en Asturias. Si el investigador llevaba a buen puerto su trabajo, las zonas de cultivo del eucalipto podrían extenderse a zonas de mayor altitud, invadiendo áreas hasta ahora cubiertas por bosque autóctono y praderías tradicionales, acabando con su biodiversidad. El ponente resistía los envites de los ecologistas empleando argumentos de tipo económico y de progreso social del tipo “más eucaliptos igual a más trabajo, más riqueza y más bienestar social”. El tono de la discusión fue subiendo hasta tal punto que el ponente empezó a sentirse muy incómodo y amenazó con irse de la sala si no le dejaban terminar su exposición sin interrumpirle cada poco con críticas “absurdas e infantiles”. Él, poseedor de un currículo intachable, investigador de prestigio, científico ¿Ridiculizado frente a sus colegas por un puñado de estudiantes? No podía permitir que esto sucediese. Por eso prefirió abandonar la conferencia antes que discutir siquiera acerca de la posibilidad de que la tecnología que estaba desarrollando fuera inaceptable desde un punto de vista ético. Después de todo se estaba jugando su prestigio profesional y no tenía tiempo ya para atender estas cuestiones.

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