sábado, 10 de julio de 2010

La relatividad y la cuántica: problemas epistémicos

















 





La relatividad general y la mecánica cuántica son dos teorías físicas que gozan en la actualidad de una aceptación casi unánime en la comunidad científica. Sin embargo estas dos teorías son radicalmente diferentes en cuanto al modelo de descripción del Universo que proponen. Ambas han demostrado de forma independiente un alto grado de adecuación empírica, capacidad de predicción y consistencia, pero cuando se trasladan los postulados matemáticos de una a otra teoría el resultado es una sucesión de “infinitos” que no permiten diseñar análisis cuantitativos experimentales que demuestren la validez de sus planteamientos. Sus postulados son mutuamente incompatibles...

Mientras la relatividad describe la gravedad como una deformación del espacio tiempo, la cuántica propone la existencia de una partícula llamada gravitón, o de una onda gravitacional, ambas pendientes de detectar hasta la fecha, como mediadores de esta fuerza fundamental. En principio cabría pensar que todos los investigadores que trabajan actualmente en el campo de la física fundamental comparten un mismo contexto histórico-social, una misma matriz disciplinaria y consideran los mismos valores epistémicos. Esto es, comparten un mismo paradigma. Sin embargo lo cierto es que albergan valores epistémicos muy diferentes. Einstein afirmaba que “Dios no juega a los dados con el Universo”. Por el contrario, la indeterminación de la posición-velocidad de una partícula es uno de los postulados fundamentales de la cuántica que podría estar poniendo en cuestión la posibilidad de la existencia de un determinismo científico. ¿Acaso este planteamiento no supone un abandono de uno de los valores más fuertemente arraigados en la ciencia?
Puesto que la aplicación de estos valores no permite decidir cuál de las teorías es la más acertada, la elección de la idoneidad de una u otra teoría para explicar un fenómeno determinado depende de la evaluación y jerarquización de los valores que lleve a cabo cada investigador, así como del diálogo que se produce en el seno de la comunidad científica. A pesar de que en este caso parece difícil alcanzar un consenso, este hecho no tiene necesariamente que suponer un síntoma de irracionalidad. Tal y como afirma Thomas Kuhn existe la posibilidad de que existan desacuerdos racionales. Simplemente la relatividad es más útil para explicar algunos fenómenos y la física cuántica lo es más para otros pero ninguna de las dos debe ser desechada. Sin embargo sigue sin existir un nexo de unión que nos permita disponer de una descripción del mundo que integre ambas teorías.
Como respuesta a este problema se han propuesto varios modelos de “Teoría Unificada” o “Teoría del Todo” que explicarían todos los fenómenos físicos conocidos incluidos los planteamientos de la relatividad y la cuántica. Una de estas propuestas es la llamada “Teoría de supercuerdas” o “Teoría M”. Se trata de un desarrollo matemático capaz de explicar algunas de las propiedades más fundamentales de la naturaleza desde un enfoque geométrico. Sin embargo hasta el momento esta teoría ha sido incapaz de realizar predicciones concretas con la precisión necesaria para ser confrontadas con datos experimentales. Por esta razón algunos autores sostienen que la Teoría M no cumple el criterio de falsabilidad de Popper y por tanto debe cuestionarse su carácter científico. Bunge afirma que la Teoría M es sospechosa de constituir una pseudociencia, a pesar de que lleva desarrollándose más de un cuarto de siglo y de que constantemente se publican artículos al respecto en las revistas de más prestigio. Los defensores de esta teoría, postulan la existencia de 6 o 7 dimensiones en lugar de las 3 con las que estamos familiarizados (se ha llegado a postular miles de dimensiones adicionales) y definen partículas indetectables cuya existencia se presume al parecer con el único objeto de salvaguardar la consistencia matemática de la teoría. Puesto que aún no se pueden detectar, no es posible someter a falsación sus postulados. También acuden a la existencia de infinitos Universos distintos en cada uno de los cuales se cumplirían unas leyes físicas determinadas compatibles con la teoría o bien incorporan aspectos del controvertido principio antrópico. Me pregunto qué ocurriría si en pleno siglo XXI un científico de prestigio afirmase que pueden existir otros Universos con otras leyes físicas diferentes a las del nuestro en los que el florígeno fuese el mediador de la combustión en lugar del oxígeno. Bastaría entonces plantear la posibilidad de la existencia de un Universo a la medida de cada nueva teoría para probar su validez. O bien, como hace el físico Alan Guth, crear un nuevo Universo en un laboratorio. Frente a las críticas, los físicos que trabajan en la Teoría M afirman que ésta es aún joven y que las matemáticas que incorpora son tan novedosas que todavía no se conoce en profundidad su funcionamiento y las soluciones que generan.
En cualquier caso resulta sorprendente que la imposibilidad de confrontar sus postulados con datos experimentales no suponga un obstáculo insalvable para quienes trabajan en el desarrollo de esta teoría. Podría parecer que se pone en tela de juicio la necesidad de la adecuación empírica de una teoría para ser considerada científica. O bien se está afirmando que las matemáticas no sólo describen el Universo sino que las matemáticas son el Universo, por lo que si estas son consistentes la teoría debe serlo también. Después de todo también es sorprendente el hecho mismo de que vivamos en un Universo que tiene la propiedad de ser matematizable, esto es, de que estructuras autoconscientes surgidas en su propio seno sean capaces de inferir el orden subyacente y llegar, tras un largo proceso a extraer las leyes que lo rigen. Quizá como afirma Roger Penrose la razón sea que la base de la comprensión humana se sustenta sobre los mismos procesos de tipo cuántico que rigen la física del Universo.
A la vista de estas teorías puede nos encontremos ante un cambio de paradigma. Este desacuerdo en la elección teórica según Kuhn da lugar a una distribución de riesgos que permitiría que la propuesta de la Teoría M siga desarrollándose mientras la cuántica y la relatividad siguen plenamente vigentes. En cualquier caso según Pérez Ransanz la racionalidad no es instantánea, los defensores de la Teoría M deben persuadir a la comunidad científica internacional esgrimiendo argumentos que en parte dependerán de los compromisos que comparten con dicha comunidad. Puede que el hecho de que no se rechace la Teoría M a pesar de la imposibilidad de demostración empírica se deba a las relaciones de poder existentes o al prestigio de los investigadores que trabajan en este campo, puesto que no todo consenso es necesariamente racional. O quizá nos parezca que estas teorías no se adaptan a los criterios que consideramos fijos debido a que estos evolucionan más lentamente que el propio ritmo de cambio de las teorías.

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